La llamada de Cthulhu by Álvaro Robledo

La llamada de Cthulhu by Álvaro Robledo

autor:Álvaro Robledo
La lengua: spa
Format: epub
editor: Destino Colombia


No está muerto lo que puede yacer por siempre,

Y en extraños eones, incluso la muerte puede morir

Legrasse, muy impresionado y no poco perplejo, había preguntado en vano acerca de las afiliaciones históricas del culto. Al parecer Castro no había mentido cuando dijo que todo era un secreto. Las autoridades de la Universidad de Tulane tampoco pudieron dar luz alguna sobre el culto o la imagen, y entonces el detective se había encontrado con las más altas autoridades del país y con nada menos que la historia de Groenlandia del profesor Webb.

El febril interés que en la reunión levantó el relato de Legrasse, corroborado por la presencia de la estatuilla, tuvo eco en la posterior correspondencia de los participantes del evento, si bien son escasas las menciones en las publicaciones formales de la sociedad. La precaución es la primera medida que toman quienes están acostumbrados a enfrentarse con la ocasional charlatanería y la impostura. Durante algún tiempo, Legrasse le prestó la imagen al profesor Webb, pero tras la muerte del último le fue regresada y permanece en su posesión, donde yo la vi no hace mucho. Es en verdad una cosa horrible, con un parecido inequívoco a la escultura de los sueños del joven Wilcox.

Para mí no fue ninguna sorpresa que mi tío se excitara con la historia del escultor, pues ¿qué pensamientos debieron surgirle al escuchar, después de conocer lo que Legrasse había investigado del culto, acerca de un joven sensible que había soñado no solo con la figura y los exactos jeroglíficos de la imagen encontrada en el pantano y en la pérfida tableta de Groenlandia, sino que había llegado en sus sueños a descubrir al menos tres de las palabras precisas de la fórmula proferida tanto por los esquimales diabólicos como por los mestizos de Luisiana? Por supuesto que fue natural la apertura instantánea de una investigación minuciosa por parte del profesor Angell, si bien yo sospechaba que el joven Wilcox tal vez hubiera oído hablar del culto de alguna forma indirecta, y así se hubiera inventado una serie de sueños para intensificar y continuar el misterio a expensas de mi tío. Era evidente que las narraciones de los sueños y los recortes recogidos por el profesor representaban corroboraciones fuertes, pero mi mente racional y la extravagancia de todo el asunto me llevaron a adoptar la que yo pensé era la conclusión más sensata. Así fue que, tras un nuevo estudio cuidadoso del manuscrito y de correlacionar las notas de los teósofos y los antropólogos con la narración del culto de Legrasse, hice un viaje a Providence para reunirme con el escultor y reprenderlo por lo que pensé era una atrevida imposición por su parte hacia un sabio y viejo hombre.

Wilcox seguía viviendo en el edificio Fleurde-Lys de la calle Thomas, una horrenda imitación victoriana de la arquitectura bretona del siglo XVII, que presume de su fachada estucada entre las primorosas casas coloniales de la vieja colina, bajo la misma sombra del mejor campanario georgiano de América. Lo



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